«Me hice bolita hasta que pude abrir los ojos. Me arrastré hasta que fui capaz de caminar. Levantarme ya era una revolución. Este libro es casi un milagro».
Traté de refugiarme en una habitación de unos siete metros cuadrados, no siempre de la misma ciudad. Desde ella se ven los pájaros y sus nidos, también atardecer, nunca la luna. Este lugar, repartido por el mundo, tiene en común una ventana, un espejo, una planta viva y estos huesos. Diferentes vistas, plantas y espejos, pero siempre el mismo hogar: mi cuerpo.
Esto no tiene que ver tanto con la forma como con el fondo: con un alma cansada de luchar contra varios ejércitos despiadados enquistados dentro de ella. De mí. Contra un mundo obscenamente malvado y tímidamente bondadoso, contra la incapacidad de querer y cuidar; contra el miedo, que es lo que lo rompe todo.
«Me hice bolita hasta que pude abrir los ojos. Me arrastré hasta que fui capaz de caminar. Levantarme ya era una revolución. Este libro es casi un milagro.».
Traté de refugiarme en una habitación de unos siete metros cuadrados, no siempre de la misma ciudad. Desde ella se ven los pájaros y sus nidos, también atardecer, nunca la luna. Este lugar, repartido por el mundo, tiene en común una ventana, un espejo, una planta viva y estos huesos. Diferentes vistas, plantas y espejos, pero siempre el mismo hogar: mi cuerpo.
Esto no tiene que ver tanto con la forma como con el fondo: con un alma cansada de luchar contra varios ejércitos despiadados enquistados dentro de ella. De mí. Contra un mundo obscenamente malvado y tímidamente bondadoso, contra la incapacidad de querer y cuidar; contra el miedo, que es lo que lo rompe todo.
«Odiaba todos mis lunares hasta que un día alguien decidió usarlos como mapa del tesoro. Desde entonces ya no los escondo por si en algún momento ese alguien decidiera volver».
Cada noche te escribo son los silencios que ponen fin a una conversación, los gritos de auxilio jamás enviados, las cartas perdidas en un cajón. La despedida elástica del que no quiere irse, unos dedos cruzados para que se quieran quedar. Aquellos secretos que guardas para quien ya no está.
Este libro es un acto de soledad, un golpe en la mesa, un monumento a lo que pudo ser y también una sombra en mitad del camino: la última noche de duelo, una recaída controlada, los segundos previos al número final. Despertarse cuando ya no estás.
«Odiaba todos mis lunares hasta que un día alguien decidió usarlos como mapa del tesoro. Desde entonces ya no los escondo por si en algún momento ese alguien decidiera volver».
«Odiaba todos mis lunares hasta que un día alguien decidió usarlos como mapa del tesoro. Desde entonces ya no los escondo por si en algún momento ese alguien decidiera volver».
Cada noche te escribo son los silencios que ponen fin a una conversación, los gritos de auxilio jamás enviados, las cartas perdidas en un cajón. La despedida elástica del que no quiere irse, unos dedos cruzados para que se quieran quedar. Aquellos secretos que guardas para quien ya no está.
Este libro es un acto de soledad, un golpe en la mesa, un monumento a lo que pudo ser y también una sombra en mitad del camino: la última noche de duelo, una recaída controlada, los segundos previos al número final. Despertarse cuando ya no estás.
«No sabemos nada del amor, pero cuando leo a Patricia Benito casi que le distingo las costuras. Sus poemas me parecen cuadritos de Nigel Van Wieck.»
Lorena G. Maldonado
«Resulta que soy fuerte.
Seguramente igual que antes,
solo que ahora
sí que lo sé».
Tu lado del sofá es una despedida. Son los pedazos que no me atreví a rescatar del naufragio. Es un duelo a vida contra el espejo. Un sentirme nosotras.
Es ser casa, canción de domingo y paz. Un cuarto creciente a medio tempo. Es aprender a echar de menos sin que duela. Son todas esas veces que dejé de hacer por miedo a perder.
Tu lado del sofá es recuperar —por fin— el metro sesenta desde el que partí.
«Resulta que soy fuerte.
Seguramente igual que antes,
solo que ahora
sí que lo sé».
Tu lado del sofá es una despedida. Son los pedazos que no me atreví a rescatar del naufragio. Es un duelo a vida contra el espejo. Un sentirme nosotras.
Es ser casa, canción de domingo y paz. Un cuarto creciente a medio tempo. Es aprender a echar de menos sin que duela. Son todas esas veces que dejé de hacer por miedo a perder.
Tu lado del sofá es recuperar —por fin— el metro sesenta desde el que partí.
Primero de poeta son todos los papeles que rellené y quemé, todos los pasos que no di, las vidas que perdí. Todas las declaraciones de amor que callé, los sueños que rompí, los miedos de los que aprendí.
Es mi impaciencia, mis ganas de sentir y el pánico. Es descubrir que mis miedos siempre ganan la partida. Es empujarte a que te vayas por si te acercas demasiado. Es querer que te acerques demasiado.
Primero de poeta son todos mis errores. Y mi cura.
«Vive, joder, vive.
Y si algo no te gusta, cámbialo.
Y si algo te da miedo, supéralo.
Y si algo te enamora, agárralo».
«Vive, joder, vive.
Y si algo no te gusta, cámbialo.
Y si algo te da miedo, supéralo.
Y si algo te enamora, agárralo».
Primero de poeta son todos los papeles que rellené y quemé, todos los pasos que no di, las vidas que perdí. Todas las declaraciones de amor que callé, los sueños que rompí, los miedos de los que aprendí.
Es mi impaciencia, mis ganas de sentir y el pánico. Es descubrir que mis miedos siempre ganan la partida. Es empujarte a que te vayas por si te acercas demasiado. Es querer que te acerques demasiado.
Primero de poeta son todos mis errores. Y mi cura.